¿Encontrarán algún disfrute los que curioseen este Blog?
¿Tendrá alguna utilidad?
¿Será entretenido?
¡Oia! me estoy poniendo nerviosa...

Aguafuertes de la escuela

Aquí vemos a la autora sosteniendo una puntita de la enseña patria









Introducción


Siempre me ha tocado en la vida sostener alguna cosa; siendo niña, un pequeño vértice del paño albiceleste, porque aunque era la más pequeña, algún esfuerzo tenía que hacer.
Por esos tiempos creía que algo vinculado con la patria dependía de mí, entonces quería aprender, estudiaba (más bien leía), me preparaba, en suma, para servir a ese futuro que tenía real existencia en un lugar y un tiempo: La Argentina a fin de ese siglo.
El año 2000 se presentaba en el Billiken o en Selecciones Escolares con apariencias concretas y llenas de felicidad: cintas transportadoras de personas en lugar de veredas, automóviles plateados que circulaban a cierta distancia del suelo, alimentos condensados en píldoras con todos los nutrientes imprescindibles para la salud. La vida resultaría relajada y feliz, pero para ello había que esforzarse. No se trataba de una predestinación, sino de una meta que había que construir.
Con el transcurso de los años, el horizonte se achicaba pero yo seguía sosteniendo: posiciones políticas, situaciones familiares, entusiasmos apaleados, discusiones generacionales, presencia de ánimo, apariencias… en fin, casi todo lo que se podía y no se podía sustentar.
Hoy sostengo también una puntita del sistema educativo y lo hago con convicciones casi nulas. Ya no creo. En algunos momentos me he sentido cómplice y no partícipe, secuaz y no compañero, me he advertido depredador en vez de constructor.
Y no sé qué hacer, siento que he caído en una trampa y desde ella escribo…
Quien quiera leer que lea…

7.7.09

Ahora que está todo el mundo muy preocupado por la situación de los chicos en la casa como consecuencia del receso anticipado y extendido, se me ocurrió exhumar esto que alguna vez escribí para mis alumnos


LOS DEBERES

Cuando los profesores éramos chicos (sí señores, alguna vez lo fuimos) el tiempo no se medía por el reloj, no lo teníamos, era algo caro y para gente grande, pero no nos interesaba, porque existía la hora de levantarse, la hora de ir a la escuela, la hora de comer y la de hacer los deberes.
No teníamos dudas, ése era un tiempo que tomaba parte del día. En mi caso era un espacio compartido con mi hermana, muy poco mayor que yo, que en esas circunstancias se transformaba en algo así como una rigurosa institutriz. Me asesoraba para calcar los mapas, me corregía las faltas de ortografía y se enojaba si no hacía todo con prolijidad
Simultáneamente ella hacía sus propios deberes, armaba apuntes, consultaba la enciclopedia, dibujaba cuerpos geométricos.

Sólo abandonábamos la mesa de trabajo cuando nos arrinconábamos para estudiar.
Sí, cada una iba a un ángulo opuesto del cuarto pra leer y repasar los temas que debiamos exponer al dia siguiente. Luego ella me "tomaba la lección" a mi y yo a ella.
Mamá pasaba luego revisando cuadernos y cuando llegaba mi padre preguntaba si había carátulas que hacer porque le encantaba dibujar. Tengo en mi memoria esas horas como divertidas, de disfrute, no las recuerdo como pesadas, tediosas, ni siquiera como obligatorias. La hora de jugar era una continuidad natural.
Ha pasado el tiempo y, siendo profesora, siento una pequeña pena al pensar que nuestros chicos no experimentan el placer que es consecuencia de haber podido afrontar las obligaciones. ¿Saben qué? La satisfacción del deber cumplido existe.
“Lo logré”, “pude”, “fui capaz”, “me animé y lo hice”, “aprendí algo que parecía difícil”, son sensaciones estupendas, que, les aseguro, no conviene perderse. Esto es trabajo de construcción de uno mismo, nos hace sentir valiosos, dignos y merecedores de mejores cosas, de mejores amigos, en definitiva, de una vida mejor.
La “hora de los deberes” debe llegar para medirnos, estimarnos, ponernos a prueba, darnos seguridad y la autoridad moral imprescindible para reclamar nuestros derechos. Paradójicamente, nos hace independientes, nos permite el ejercicio de la libertad.
Le digo a mis alumnos y lo repito ahora: “Para que nadie me mande, me tengo que mandar yo”.



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6.7.09

Lucha de clases en la escuela pública (por Martín Caparrós) (Esto también lo recibí por correo, con perdón de Caparrón -sea esto de él o no- aquí está)

Soy un producto de la escuela pública argentina y aveces, cuando me distraigo, me da orgullo; mi hijo también fue a la escuela pública y acaba de terminar su quinto año. Pero en las décadas que pasaron desde que empecé primer grado –inferior– nuestro sistema educativo cambió brutalmente.

Cuando yo era chico sólo iban acolegios privados los garcas que querían educarse a fuerza de hostias y los raros que preferían hablar otros idiomas ylos vagos que la escuela pública no soportaba más. Pero mis amigos y yo –hijos de la clásica clase media porteña– sabíamos que el sistema de educación estatal era nuestro lugar: la escuela pública era la mejor, la primera opción. Ahora no: mis amigos dudan mucho antes demandar a sus hijos a una escuela del Estado –y la mayoría no lo hace.

La educación pública ya no es para todos, ni para el que la elige; es para quien no tiene más remedio. Tres de cada cuatro alumnos estatales pertenecen al tercio más pobre de la población. Entre el 20 por ciento más pobre, nueve de cada diez van a la escuela pública; entre el 20 por ciento más rico, uno de cada siete. Y la tendencia se acelera: en 1997 el 24 porciento de los chicos acomodados iba a escuelas públicas; en2006, según un informe del Centro de Estudios de Políticas Públicas, sólo el 15 por ciento. Las cifras precisan lo que ya sabemos: que los padres quieren mandar a sus hijos al privado. En la escuela sarmientina quedan los que no pueden: los más pobres.

El fracaso de la educación pública es el efecto más espectacular del derrumbe del Estado argentino. Solía ser su estandarte: la forma más eficiente de producir esa relativa integración social que nos constituyó como país, en esas aulas donde, bajo los delantales blancos, las clases sociales se mezclaban por un rato y se formaban con las mismas consignas, las posibilidades brevemente emparejadas. La educación pública servía para equilibrar, para integrar, para redistribuir” –y para producir un país más educado, con mejores posibilidades en todos los terrenos. Ahoraparece como si no importara. Y, de hecho, no les importa alos que manejan el Estado: hace mucho que mandan a suschicos a colegios privados. Es una característica de muchos estados actuales –sus dirigentes no se incluyen en ellos,no usan sus escuelas y hospitales, no le pagan impuestos, norespetan sus leyes–y es curiosa: ¿quién se imagina algerente de la cocacola pidiéndose una pepsi? Así que tengo una propuesta populista para encarar lacuestión educativa. Es una ley que habría que votar cuanto antes:“Queridos gobernantes, no todo pueden ser alegrías,ganancias extraordinarias, honores merecidos, gratitudpopular. Los cargos deben tener alguna carga. Y ésta serámodesta pero inflexible: se ordena, so pena de prisión ypedorreta pública, que todos los funcionarios del Estado–de un nivel equis para arriba– manden a sus hijos y nietos, sinexcepción, a la escuela estatal más cercana”. Esposible que, entonces, la educación pública mejoreseriamente. Así estamos, en la lucha de clases. La lectura de esta nota, más el conocimiento de un anteproyecto de leyimpulsado por padres rionegrinos en 2002, proponiendo lomismo; y un proyecto del senadorbrasileño Cristiam Buarque -ex ministro de Educacióndel gobierno de Lula-, con similar proposición en el país hermano,fortalecieron la sensación de que no era una idea tan absurda.La "ingenuidad" sumada de muchos puedetransformarse en una decisiva manera deinstalar el tema y llegar a que se debata seriamente.

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