¿Encontrarán algún disfrute los que curioseen este Blog?
¿Tendrá alguna utilidad?
¿Será entretenido?
¡Oia! me estoy poniendo nerviosa...

Aguafuertes de la escuela

Aquí vemos a la autora sosteniendo una puntita de la enseña patria









Introducción


Siempre me ha tocado en la vida sostener alguna cosa; siendo niña, un pequeño vértice del paño albiceleste, porque aunque era la más pequeña, algún esfuerzo tenía que hacer.
Por esos tiempos creía que algo vinculado con la patria dependía de mí, entonces quería aprender, estudiaba (más bien leía), me preparaba, en suma, para servir a ese futuro que tenía real existencia en un lugar y un tiempo: La Argentina a fin de ese siglo.
El año 2000 se presentaba en el Billiken o en Selecciones Escolares con apariencias concretas y llenas de felicidad: cintas transportadoras de personas en lugar de veredas, automóviles plateados que circulaban a cierta distancia del suelo, alimentos condensados en píldoras con todos los nutrientes imprescindibles para la salud. La vida resultaría relajada y feliz, pero para ello había que esforzarse. No se trataba de una predestinación, sino de una meta que había que construir.
Con el transcurso de los años, el horizonte se achicaba pero yo seguía sosteniendo: posiciones políticas, situaciones familiares, entusiasmos apaleados, discusiones generacionales, presencia de ánimo, apariencias… en fin, casi todo lo que se podía y no se podía sustentar.
Hoy sostengo también una puntita del sistema educativo y lo hago con convicciones casi nulas. Ya no creo. En algunos momentos me he sentido cómplice y no partícipe, secuaz y no compañero, me he advertido depredador en vez de constructor.
Y no sé qué hacer, siento que he caído en una trampa y desde ella escribo…
Quien quiera leer que lea…

20.8.09

Volver al futuro

Miércoles 28 de marzo de 1998

Ya pasaron tres semanas de clase, me siento como en noviembre. Estoy de pie frente a la clase de segundo octava del turno de la noche. Mis alumnos tardan en acomodarse como si pudieran elegir alguna butaca acolchada forrada de pana colorada con apoyabrazos y apoyapiés, en lugar de estos bancos de caño metálico con pupitres y asientos que alguna vez tuvieron cubiertas de fórmica, cuyos vestigios permiten con probada eficacia enganchar algún punto del pulóver, las medias y hasta el bolsillo trasero del pantalón.
Les pido que ocupen sus lugares más rápidamente pero mi requerimiento es demorado por lo que parece ser una nueva moda entre los jóvenes: saludarse dándose la mano uno por uno al entrar a la escuela, actividad que en este caso se dificulta aún más porque como se trata de la pre-hora, siempre hay algún alumno que se retrasa y todo vuelve a empezar. Con el propósito de poner en evidencia lo mamarrachesco del ritual, me filtro en la cadena de apretones, sumándome con entusiasmo. La única que queda en ridículo soy yo, porque al advertir mi presencia en la ceremonia, me miran como si dijeran: “¡Pobre señora!”
Finalmente logro iniciar la clase anunciándoles que vamos a tratar de diferenciar los conceptos estado y nación, que suelen usarse como sinónimos pero que no lo son. Es evidente que la cuestión les interesa profundamente a juzgar por sus miradas perdidas en un horizonte ideal, cosa que, sin duda alguna, es signo de reflexión. Expongo cuidadosamente el tema con abundancia de etimologías y dibujo prolijamente unos cuadros sinópticos en el pizarrón. A mis espaldas, las voces más variadas pronuncian sucesivamente la pregunta:
_ ¿Qué dice ahí?
Está clarísimo que he logrado captar su atención, de lo contrario no plantearían un solo interrogante.
Cuando me dispongo a repartir unos textos con actividades para desarrollar en clase, y siendo exactamente las 18.30 horas, tres alumnos, viejos conocidos por mí y por muchos otros profesores, ingresan al salón de clase: Ramírez, Fernando; Suárez, Ezequiel y Morawiki, Leandro.
Tomando la representación de sus compañeros, Fernando Ramírez me informa que, habiéndose enterado de que la escuela había decidido poner en marcha el Bachillerato Nocturno, se habían inscripto, y, según les informaron en preceptoría, correspondía que tomaran mi clase, les pido que se sienten, notando en ese instante que ya lo habían hecho, y los saludo con afecto pero sin sacudón de diestra.
Termino de repartir los textos (son fotocopias, no se hagan ilusiones de otra cosa), doy las consignas para el trabajo y en mi memoria comienza a registrarse alguna actividad. Ramírez y Suárez, fueron alumnos míos en segundo quinta, turno mañana, en 1994, luego estuvieron en este mismo segundo octava en 1995. En 1996, los tres, Ramírez, Suárez y Morawiki asistieron a mis clases de tercero sexta; yo el año pasado no trabajé...
_ Ramírez, -me dirijo a él porque parece ser el diputado de los otros- ¿Por qué están en segundo otra vez?
_ No sabemos, nos explicaron que como el bachillerato tiene materias distintas a las de la escuela técnica común, y es más corto que la carrera de técnico, teníamos que estar acá.
¬_ ¿Están seguros? ¿Se asesoraron bien?
_ Eso nos dijeron acá en la escuela
_ ¿Con quién hablaron?
_ Con todos, Secretaría, Legajos, Regencia, Preceptoría... ¿Qué le vamos a hacer?
(No debo involucrarme en esta cuestión, es seguro que hay millones de reglamentaciones y resoluciones ministeriales que ignoro, no debo dejarme entrampar por mi acechante lógica, debo dar por terminado este asunto ya mismo)
Me obedezco mansamente. Los tres chicos levantan las cejas y suspiran. Yo también.
La clase continúa en un desarrollo sin mayores dificultades.

Miércoles 22 de abril de 1998

Algunas cosas han cambiado. Ya no doy Educación Cívica en segundo, sino Procesos Industriales y Contexto Social en primero. Estoy bastante repuesta de la estupefacción que la cosa me propinó. He buscado bibliografía, material periodístico y videofilmado, he estudiado algunas cosas nuevas, he repasado otras, confeccioné un programa y, si todavía no conozco bien a mis alumnos, ellos ya me conocen a mí, por lo cual he logrado que si llegan más de diez minutos tarde no entren, que se provean de los materiales que les traigo si faltan y que participen de los debates sin inhibiciones.
Estamos comentando un artículo de Eduardo Galeano en “Página 12” referido a conglomerados empresarios que respaldan dictaduras, contaminan a través de sus petroleras y sostienen fundaciones en defensa de no sé qué mariposa en extinción. La clase está bastante animada, pero de pronto... la puerta del aula se abre, giro sobre mis talones con la furia propia de un neurótico obsesionado por los desastrosos efectos de las interrupciones, al mismo tiempo que alcanzo a gritar:
_ ¡Ya no se puede entrar a clase!
_ Perdón profesora... y permiso, pero tenemos que pasar, nos mandaron para aquí...
Ramírez, Fernando; Suárez, Ezequiel y Morawiki, Leandro ingresan, en ese orden y buscan bancos en la primera fila. Se sientan con la cabeza gacha mientras yo pronuncio un discurso referido al imperio del disparate en estos tiempos universalmente menemistas. No puedo detenerme, escucho mi voz atronando en un pesado silencio áulico. Refiero anécdotas que tienen a Ramírez como protagonista en un lejano segundo quinta, cuento cuando apareció con el pelo verde y una delgada trencita en tercero sexta, relato las dificultades de Morawiki para escribir la “F” mayúscula en esa misma época e increpo a Suárez para que responda si todavía tiene la costumbre de atarse y desatarse los cordones de las zapatillas. ¡Los conozco! ¡Los conozco desde hace muchos años, no pueden perseguirme a través del tiempo hasta primero! ¡No pueden! Los alumnos creen que me broté, ya no se atreven a mirarme pero el silencio sigue siendo mortal. Bueno, no tanto, porque se oye un ruido de papeles que crujen; el sonido proviene de este agitado trío que desenrolla unas hojas de color amarillo huevo y se dispone a escribir en ellas.
_ ¿Qué están haciendo? Grito desorbitada
_ Vamos a escribir una nota para al Ministerio
Ramírez, como siempre, es quien responde. Me desplomo en la silla. Quiero mucho a este chico.

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